sábado, 30 de abril de 2022
Balada de la luna triste
viernes, 29 de abril de 2022
De bruces con la realidad
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jueves, 28 de abril de 2022
Cuestión inocente, profundidad imprevista
miércoles, 27 de abril de 2022
Una amarga libertad
martes, 26 de abril de 2022
Ni siquiera al final del camino...
lunes, 25 de abril de 2022
El dilema de Doña Carmen
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domingo, 24 de abril de 2022
El diablo está en los detalles
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Un corazón que no responde
viernes, 22 de abril de 2022
De cómo cerrar una herida
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jueves, 21 de abril de 2022
Un alma subyugada
El incienso inundaba la habitación, y le daba ese tono místico y pesado al ambiente. Ya las luces de las velas que la rodeaban la hacían recelar de aquel lugar, y más con las oraciones que, en voz baja, semejaban a lo conjuros que había visto en las antiguas películas de terror que tanto le gustaban a su hermano. Pero no, no era una película. No era una circunstancia en la cual los protagonistas sobreviven, o donde eres un espectador que, concentrado, puedes salirte de la trama, al entender con toda conciencia que lo que ves es falso. Y aun así, un dejo de irrealidad colmaba aquel piso en piedra. Aquellas luces sombrías que la rodeaban. Aquella ropa blanca que vestía mientras estaba sentada.
miércoles, 20 de abril de 2022
Un dolor que no se va
Esa parte, ¡ese maldito brazo! No
lo dejaba vivir. Y ese era el principal problema, tener que seguir viviendo
así. Era, el brazo o él. Ese maldito bulto que se había vuelto innecesario, o
el resto de su cuerpo que sufría las consecuencias de su existencia defectuosa,
imperfecta, deficiente, innecesaria. Y con el aire del ímpetu y la decisión, a
causa de una vida en la cual no se veía una luz de tranquilidad en el horizonte
y, sin pensarlo dos veces, tomó el cuchillo más grande de la cocina. ¡Tenía que
cortarlo! ¡Acabar con todo de raíz y para siempre! Colocó entonces su
extremidad en la mesa. Apretó la mano con toda la fuerza, impulsado con el mismo
tormento que ese brazo le había obsequiado por años.
Primero cerró y cerró la piel y
el músculo, mientras la sangre manaba de manera impiadosa. Sentía como el suplicio
que producía el cuchillo en los nervios, se anulaba con la necesidad demente de
no parar. De no arrepentirse. Luego, se topó con algo duro en ese festín de líquido
rojo. ¡El hueso! Así que comenzó a levantar el arma y a bajarla frenéticamente
cual guillotina, para acabar con todo. Pues, de superar ese obstáculo, solo
otra porción de tierna carne bastaría. Crack, crack, crack.
Terminó después de varios minutos
su salvaje, pero a la vez sosegada acción. Y al cerrar los ojos para respirar
profundamente en un acto de victoria definitiva, el horror lo colmó hasta casi
hacerle explotar la cabeza, cuando volteó a ver dónde había quedado su brazo
cercenado.
No había sangre. No había restos
de piel o músculo, mucho menos una extremidad separada de su cuerpo. Ni siquiera
un mínimo de algún líquido en el cuchillo que llevaba en la mano izquierda. No.
Lo que sí había eran marcas profundas, surcos irregulares, tanto recientes como
viejos en la mesa; todo hecho con algún objeto muy afilado. Objeto que él
sabía, tenía en su mano. ¿Y su brazo derecho? Simplemente no estaba allí. Y
bajando por su hombro, hasta su codo, lo esperaba burlonamente un horrible y
mal formado muñón.
Triste, y con la mirada en
dirección al piso, dejando el arma del delito en la mesa, caminó lentamente hasta
dejar caer pesado su cuerpo en el sofá de la sala. Lágrimas comenzaron a
languidecer por sus mejillas, no solo porque no sabía hace cuanto había logrado
el cometido de arrancarse esa parte del miembro, no; lloraba, infinitamente
desconsolado, porque aún le dolía su brazo derecho.
martes, 19 de abril de 2022
Idilio prematuro
lunes, 18 de abril de 2022
Correcto
domingo, 17 de abril de 2022
Por un instante lo supe todo
sábado, 16 de abril de 2022
Matilda
Matilda parecía más mágica que
nunca. La cuarentena no minimizaba ni un ápice su existencia única. De hecho,
su esbelto y ágil cuerpo se veía mucho más libre que antes al darse esas escapaditas
de casa y recorrer los balcones y techos vecinos; las callejuelas, andenes y,
en general, todo espacio desembarazado de nosotros. Esto era lo que imaginaba,
de no alcanzarla a ver, la abuela, en su silencio constante y desde el vaivén de
la mecedora. Se llenaba la cabeza de imágenes de exploración, de lugares en
donde solo un felino podría llegar. De sus aventuras con otros gatos que la
extenuaban a tal punto, que únicamente regresaba a casa para comer, descansar,
y volverse a ir. Y así pasaba los días de aquel encierro, entre la monotonía de
su movimiento continuo, con los números de radio, televisión y cualquier
aparato que registraba el aumento de los casos diariamente; las palabras
irritadas de una hija que ahora mezclaba el trabajo con los quehaceres hogareños,
y la nieta igualmente irritada por su frustración ante la educación virtual; un
montón de situaciones que enmudecían al lado de Matilda y su magnífica vida más
allá de las rejas. Sin embargo, tal aislamiento terminó en poco más de tres
meses (que realmente se sintió como varias eternidades), y cuando su hija y su
nieta la sacaron finalmente a la luz del sol, en respuesta a la icónica
pregunta de ¿cómo te sientes mamá? ¿Cómo te sientes abuela? Ella solo pudo resoplar
un sonoro “Miau”.
viernes, 15 de abril de 2022
La senda del triunfo
jueves, 14 de abril de 2022
Palidecer
miércoles, 13 de abril de 2022
¡Ay! Andrés
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martes, 12 de abril de 2022
La aguja en el pajar
lunes, 11 de abril de 2022
Una linda bebé
domingo, 10 de abril de 2022
Inevitable
- Hazlo.
- No, que no quiero. ¿Sabes lo que pasará si nos pescan esta vez?
- ¡Obvio sé lo que nos pasaría! Ya te lo he dicho y repetido infinitud de veces, pero sabes que tú también quieres hacerlo tanto como yo.
- Sí, sí, pero…
- ¡¿Pero qué?! Igual no hay salida. Insistiré e insistiré hasta hartarte o volverte loco, y al final lo harás. ¿No?
- …
- Entonces, comienza.
- No quiero, por favor. No me obligues. Simplemente, vete y ya.
- Pequeño tonto. Si pudiera lo haría. Pero ya sabes, tengo mis limitaciones. Además, la única forma en que me iré, será cuando lo hagas. ¿Captas?
- Eres cruel, ¿sabías? Y si lo hago, igual regresarás. Eres un maldito desgraciado.
- Cruel, desgraciado, llámame como quieras. Pero así son las cosas. Resígnate.
- …
- Puedo seguir aquí cuanto me plazca. Tú decides.
- Lo haré… Lo haré… Lo haré…
- Eso, buen chico. Y no llores esta vez. Me das lástima. Me da lástima tener que ser tú.
- Ojalá que fuera la última vez que mate un animal solo para te vayas de mi cabeza… Pero sé que volverás…