Matilda parecía más mágica que
nunca. La cuarentena no minimizaba ni un ápice su existencia única. De hecho,
su esbelto y ágil cuerpo se veía mucho más libre que antes al darse esas escapaditas
de casa y recorrer los balcones y techos vecinos; las callejuelas, andenes y,
en general, todo espacio desembarazado de nosotros. Esto era lo que imaginaba,
de no alcanzarla a ver, la abuela, en su silencio constante y desde el vaivén de
la mecedora. Se llenaba la cabeza de imágenes de exploración, de lugares en
donde solo un felino podría llegar. De sus aventuras con otros gatos que la
extenuaban a tal punto, que únicamente regresaba a casa para comer, descansar,
y volverse a ir. Y así pasaba los días de aquel encierro, entre la monotonía de
su movimiento continuo, con los números de radio, televisión y cualquier
aparato que registraba el aumento de los casos diariamente; las palabras
irritadas de una hija que ahora mezclaba el trabajo con los quehaceres hogareños,
y la nieta igualmente irritada por su frustración ante la educación virtual; un
montón de situaciones que enmudecían al lado de Matilda y su magnífica vida más
allá de las rejas. Sin embargo, tal aislamiento terminó en poco más de tres
meses (que realmente se sintió como varias eternidades), y cuando su hija y su
nieta la sacaron finalmente a la luz del sol, en respuesta a la icónica
pregunta de ¿cómo te sientes mamá? ¿Cómo te sientes abuela? Ella solo pudo resoplar
un sonoro “Miau”.
sábado, 16 de abril de 2022
Matilda
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario