martes, 12 de abril de 2022

La aguja en el pajar

Vivi, como toda colombiana, desde pequeña se vio avasallada por aprender inglés como segundo idioma. Cosa por demás común, excepto porque a ella le gustaba. Cuando creció un poco, mamá, viendo su inclinación a los idiomas, la patrocinó a aprender italiano; papá sin perder el tiempo, la metió a un curso de alemán. Esto a Vivi le abrió de par en par las puertas del mundo, y su voracidad la llevo a viajar y a conocer cientos y cientos de personas, al tiempo que expandía su repertorio idiomático. Francés, italiano, hindi, algo de chino, japonés y ruso. Incluso exploró idiomas nativos como el Quechua, Guaraní y Náhuatl. Ya en su vejez, después de haber recorrido más de media geografía terrestre, se sentía del todo satisfecha. Bueno, casi. Pues no solo era ya pensionada, y había trabajado, entre otras cosas, como traductora, guía turística, editora de libros, y, por su puesto, profesora. Lo único que se le escapó, y estaba segura que tal vez ni existía, o de existir nunca lo alcanzó, o si lo alcanzó nunca lo entendió, fue el idioma del amor.

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