lunes, 11 de abril de 2022

Una linda bebé

Evy veía a su pequeña patinar y dar vuelta tras vuelta en la pista. No era de las primeras, y tampoco de las últimas, lo cual le daba no solo tranquilidad sino satisfacción. Ya solo quedaban unos veinte minutos para que se fueran derechito a estirar y cambiarse los patines por zapatos. Veinte minutos que serían eternos. No solo por los cuatro meses de la misma rutina de sábados y domingos, sino porque su hija se llevaba toda su atención. “Egoísta” se repetía continuamente, al usar a su retoño como distractor de lo que la rodeaba.

Normalmente solo un padre de familia, tal vez un hermano o tío, acompañaban a los nuevos deportistas. Aun así, su incomodidad le apuntaba justo al corazón desde diversas direcciones. Primero, por los papás que se hacían responsables de sus hijos en aquellas actividades. Ella no podría contar con eso nunca. Ya de por sí su madre la ayudaba con los otros dos niños. Seguido de esto, estaban las parejas que venían juntas. La emoción que en ella nacía cuando Danna corría era tan personal, tan injustamente personal, pues la alegría o tristeza no podía compartirla con alguien. Y así esas parejas se distrajeran en sus celulares, las ovaciones como las fotos eran recurrentes, y ella tenía que conformarse con saludos entusiastas cuando su hija pasaba cerca de ella y no estaba totalmente concentrada. Tercero, y más doloroso, el momento de partir después de las clases (algo similar a cuando la recogía en el colegio los días que trabajaba medio tiempo), las familias plenamente conformadas por un papá y una mamá. Y así no todos fueran felices en su intimidad, y esas sonrisas fueran momentáneas, no podía evitar no fijarse en esos defectos que sentía, reinaban en su vida.

“¿Qué hice mal Dios mío?”, susurró para sí misma mientras miraba las antiguas conversaciones con dos de los padres de sus hijos en WhatsApp. Conversaciones que en general terminaban en discusiones de alto tono por las demandas de alimentos, como las chocantes insinuaciones. Llegaban, la ilusionaban, la utilizaban como plato de segunda mesa (pues el par de hijueputas tenían pareja – uno se había casado -), y después a llorar como una idiota por creerles. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué caía de vez en cuando?

En la familia de Evy creían que estaban malditas, pues ella y su hermana no solo no conocieron a su padre, sino que, del lado de la madre, tampoco a su abuelo. Eran una línea hereditaria de mujeres que por alguna u otra razón terminaban criando solas a su descendencia. Además, con excepción de ella, su hermana también había tenido una hija. Al menos, como irónica consolación, sus dos pequeños eran varones, lo cual aseguraba que no serían abandonados, no así que ellos fueran los que despreciaran la responsabilidad paterna.

Esta superflua satisfacción fue interrumpida por su pequeña que ya comenzaba a hacer los estiramientos en grupo, y solo podía imaginar en cómo ella también sufriría. Era una extraña resignación, pues su abuela no fue capaz de hacer entrar en razón a su madre, y su madre tampoco a sus hijas. Si algo fallaba, no sabían qué era; de saberlo, no tenían idea de cómo corregirlo; de saber cómo, simplemente no funcionaba.

La frustración se ahondó en rabia por lo injusto que era ser mujer. No era solo el riesgo de embarazo, mientras ellos se dedicaban a la parte divertida, sino que podían dejarlas a la deriva con, inicialmente, nueve meses de dolores, náuseas, vómitos, hinchazón corporal, y ni hablar de la montaña rusa de emociones, la dificultad de movimiento, y el paso final por dar a luz. Y nosotras, ella, ¿dónde quedaba después de dar su corazón, ser fiel y dar lo mejor de sí en todas sus relaciones, por esporádicas que fueran? Tal vez ahí estaba el error, en darlo todo de sí, pero de no hacerlo, un sentimiento de traición a sí misma afloraba inevitablemente; pues si el otro fallaba por alguna circunstancia, ella tendría la cabeza en alto por un comportamiento correcto. Cabeza en alto que le costaba su salario mensual y casi nunca alcanzaba. No sabía muchas veces cómo pasaba el mes.

“¿Debí abortar?”. Otra pregunta recurrente que borraba de su mente al contemplar a su progenie en diversos espacios saltando, jugando, riendo, abrazándola y diciendo sus primeras palabras. Lo mismo ocurría con sus picardías o travesuras, con sus errores y faltas. Simplemente eran niños aprendiendo. Ella también era algo así. Un adulto que aprende, pero que pagaba mucho más caro las equivocaciones.

“Hola bebé” recitaba un nuevo mensaje de Jhon. Un chico nuevo del trabajo. Veinte años. Alto y moreno. Cabello liso y ojos café. Nada especial, más allá de mostrar interés por ella y tomar confianza rápidamente. Demasiado rápido para su gusto. Pero siguió interesado después de que ella le contara durante los almuerzos que tenía tres hijos. O tenía una máscara realmente buena, o simplemente no se vio afectado por ello.

“Hola tú”. ¿Será el correcto? Intuía que no. Primero, porque ella era cinco años mayor, y no necesitaba colágeno en el momento. Además, su mamá siempre se lo dijo, el que duerme con niños, amanece orinado. Segundo, porque después de enrollarse con dos del área de psicología, tuvo que coquetearle a su jefe para que le mantuviera el puesto. ¡Un poco más y tendría que haberse acostado para que no la echaran! Aunque la idea, tampoco le sonaba tan mal. Pero era un riesgo que no estaba dispuesta a tomar… ¿O sí?

¿Por qué ser mujer y acostarse con hombres es ser una puta, pero un hombre que se acuesta con muchas es el putas? Y aun así ahí radicaba su problema: su entre pierna caliente. O no, su entrepierna que era libre de querer tener sexo casual, pero ella terminaba ilusionándose. ¡Mierda! Al final de cuentas ella no hacía mal las cosas. Era trabajadora, fiel, buena mamá, y los kilitos de más por sus embarazos no la afectaban mucho, ¿verdad? Al menos a Jhon tampoco le importaba demasiado.

- ¡Listo ma!

- ¿Cómo te sentiste hoy en patinaje?

- Super.

- Bueno, vamos.

- ¿Con quién hablas ma?

- Con un amigo del trabajo.

- ¿Otro papá?

La pregunta la sacudió como una cachetada. ¿Así la veía su hija? ¿Como una mujer en busca de hombres para darles un papá? ¿O era el hecho de que ella deseaba uno? Demasiadas preguntas de un solo halón, y lo máximo que pudo hacer fue devolver la pregunta. Mala idea.

- ¿Por qué dices eso amor?

- Pues porque todos, con los que sales y los que te mandan fotos desnudos a cada rato, te dicen bebé.

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