domingo, 24 de abril de 2022

El diablo está en los detalles

Todo comenzó con una sensación horrible. Sí, esa era la palabra era perfecta para describir aquel primer contacto de aquello que se coló a su cuarto. Todo fue muy rápido, pero podía recordarlo paso a paso. Se había despertado por el sonido frenético de un frenazo imprevisto en la madrugada. Miró el reloj que marcaba las 4:30, lo que hacía que le quedara, al menos, media hora más para dormir. Esto se confirmaba con la ausencia de la luz que se escabullía todas las mañanas entre las montañas orientales. El sueño, sin embargo, se desvanecía rápidamente, mientras un bostezo era su último remanente material. Decidió dirigirse a la ventana solo para chismosear el origen de aquel sonido que la había despertado. Quien sabe, tal ven encontrara un carro destrozado unas cuadras más allá (poco probable, pues no hubo un estruendo posterior), o al menos las marcas de las llantas en la calle. Pero antes de llegar a colocar un solo pie fuera de la cama, sus ojos se centraron en la puerta de la habitación.

Una extraña luz negra, porque solo así se podría entender tal visión, se filtraba bajo su puerta. No solo era singular, sino particularmente amenazante. Pero la imposibilidad de tal cosa en ese momento en su pequeño apartamento, hacía que la curiosidad sobresaltara antes que una sorpresa temible se revelara. De hecho, aún más curioso es que la luz negra era entrecortada por extraños sonidos. Eran como zapatos que buscaban donde acomodarse. Como pisadas que se inmovilizaban en un punto determinado por un corto o largo lapso, solo para terminar desplazándose. ¿Cómo lo sabía si apenas había manifestado aquel fenómeno visual? No sabía cómo lo sabía, pero lo sabía. De hecho, era tal su convicción inicial acerca de los extraños movimientos de aquellos objetos que entrecortaban la luz, que no dudaba en ningún momento que no tenían, al parecer, una pauta específica que permitiera deducir en qué momento se detendrían, en qué lugar, o cuándo abandonarían tal espacio ocupado.

Su mente comenzó a fraguar que tal suceso, ahora devorado por sus ojos, era totalmente inverosímil. ¿Quién, quienes o qué cosas podían en esa madrugada de lunes estar al otro lado de la puerta? Así, tomando valor suficiente para ignorar todo como un sueño, tal vez una duermevela, se decidió por la estrategia antiguamente ejecutada por un niño ante el peligro en su cama: acostarse bajos las cobijas. Esa era la idea, hasta que algo golpeó fuertemente su cabeza. Quedó mareada, y esto le arrancó momentáneamente cualquier posibilidad de que estuviera en una especie de sueño. Dirigió la mirada de nuevo a la puerta, y un humo, primero pardo, luego negruzco, comenzó a escabullirse por allí. Un olor ocre, como a tela chamuscada con perfume fino le llegaba a la nariz.

¡Se está quemando la casa! Fue lo primero que vino a su mente. Pero contrario a lo que se podía pensar, no corrió de inmediato para verificar tal alerta. No. Se quedó allí, lívida, pensativa, con un temple estoico que no cualquier tendría. ¿Por qué tan extraña actitud? Porque a final de cuentas, la razón se sobreponía a la irrealidad.

No era posible que en su pequeño apartamento, el cual estaba en un reducido conjunto al norte de la ciudad, de un momento a otro fuera invadido por un número de personas que caminaban fuera de su habitación. Tampoco que un objeto desconocido la golpeara en su cabeza, como si alguien, intencionalmente, le lanzara un objeto, como deseando herirla (así de fuerte había sido). Mucho menos, que se estuviera conflagrando un incendio allí mismo, en donde fuera lo que fuera que se estuviera quemando, emanara tal humo de aspecto asqueroso. Nada de eso era posible. ¿O sí? ¿Dónde estaban los gritos de las personas que en teoría se estarían incinerando? ¿Dónde los llamados de auxilio inevitables? No había nada. Tales dudas ahondaban la seguridad de que aquellos momentos que estaba viviendo, era de todo menos algo verdadero. Algo real.

Tales pensamientos no hicieron más que distraerla, pues de no dejarse engullir lentamente por el orgullo de su lógica, se habría percatado de que un largo objeto se deslizaba bajo la puerta, e iba palpando con delicadeza, pero velozmente, por donde pasaba. Era de un aspecto rojizo y negro. Rápidamente llegó a la pata de la cama. Subió y terminó por meterse confiadamente bajo las sabanas y cobijas. Cuando ella se dio cuenta de que algo iba mal, pues una sombra, más negra que el humo, opacaba una zona intermedia donde aun sobrevivía algo de luz, el objeto actuó veloz, como rayo, envolviéndola desde su cintura, pasando por su pecho para terminar en el costado de su cabeza, donde había sentido el golpe.

La punta de ese asqueroso tentáculo parecía relamer la herida que comenzaba a dolerle, al tiempo que rozarse nauseabundamente por su cuerpo de manera asimétrica. En unos instantes tocaba lascivamente sus pechos, para pasar por su espalda, cuello, abdomen. Alternaba partes de su cuerpo como si se tratara de un juguete. Como si los músculos de todo su carnoso cuerpo que ahora la enrollaba, funcionaran de manera autónoma, y no como un solo ente.

Las sensaciones eran tales que, a pesar de la fuerza que trataba de ejercer para liberarse de tan aberrante experiencia, solo sentía que se adormilaba cada vez más y más. Lo único que logró hacer, con una inspiración leve pero firme, fue pegar un mordisco. Un líquido le toco la boca. Pero no era caliente o de olor metálico. Era, más bien, frío, gélido. De una textura viscosa. Simplemente repugnante.

En este punto dejó que su cuerpo se abandonara a la perdición, pasara lo que tuviera que pasar. Psicológicamente estaba dándose por vencida sin dar batalla apenas, pues algo le decía que, de luchar, las cosas únicamente empeorarían.

- Lucía. ¿Estás bien?

El sonido parecía venir de la cabeza del tentáculo. Otra cosa que su mente ya lejana de la conciencia, podía otorgarle la etiqueta de sinsentido.

- Lucia. Carajo, ¿estás bien?

Y aun así, decidió mirar, resignadamente, al lugar de nacimiento de la voz, a pesar de saber que se encontraría con unos afilados dientecillos, que era la característica de aquel miembro, que le permitía adherirse a ella. Porque lo sabía. Sabía qué, de sobrevivir, su cuerpo quedaría marcado por morados de diferentes tamaños, los cuales debería cuidar muy bien, de desear una piel medianamente decente. De lucir medianamente normal.

- No marica, yo la voy a llevar al hospital.

¡No, no, no! Sí iba al hospital, y le preguntaban por esas marcas recién hechas, comenzarían a sospechar de su locura. Pues, ¿quién, en su sano juicio, permitiría que un monstruoso como ese, le dejara marcado el cuerpo de tal manera? Además, cómo justificaría todo ello ante el pulpo, que tomaría, fijo, represalias. Sería capaz, ahora sí, de acabar con ella. Después de hacer lo que quisiera con ella, simplemente terminaría a la deriva.

- ¿Lucia? ¿Marica, te sientes bien?

Lucia despertó en una pequeña enfermería que había en la empresa. Estaba rodeada por Doli, la enfermera, la chica de recursos humanos; Camila, la que parecía más congestionada por su estado, y, por último, Carlos, su jefe.

- ¿Qué me pasó? – Preguntó Lucia al aire.

- Llegaste super rara esta mañana– respondía Camila con voz angustiada –. Te preguntamos a cada rato qué si estabas bien, y nos decías que sí. Que solo estabas un poco cansada. Te dejamos tranquila, al punto que pensamos que estabas dormida en tu puesto. Cuando reaccionamos, Carlos estaba a tu lado, tratando de levantarte, porque un golpe durísimo le llamó la atención. No sabemos cómo te pegaste con el computador en la cabeza. De ahí, te trajimos para acá. Comenzaste a balbucear y se te subió la fiebre. Decías algo de no perder la cabeza y que las cosas “no tenían sentido y no podía continuar así”… Necesito llevarte al hospital, o al menos a casa a descansar.

Toda aquella información la dijo de un solo tirón. Casi en una sola exhalación. Lucia, sin embargo, había captado todo.

En cierta manera se sentía aliviada de ese tremendo ¿sueño? Que había tenido, pero aun así algo la inquietaba. Algo se sentía sucio y fuera de lugar.

- Hagan el papeleo para que salga de inmediato de aquí a la IPS. Cuando tenga la incapacidad se la envía por favor a recursos. ¿Entendido señorita Castaño? – La fría voz de su jefe era lo bastante clara y concisa para que nadie cuestionara sus palabras.

Cuando se iban retirando, y Lucia, aun algo atontada iba a sentarse para afrontar qué tan afectado estaba su cuerpo.

- Esto lo arreglamos más tarde Lucia…

Fue como un susurro. Un sonido leve que le llegaba más allá de su oído, para clavarse profundamente en su cabeza.

Cuando alzó la mirada, él estaba ahí. Carlos, su jefe, mirándola desde la puerta antes de cerrarla tras de él, siendo el último del séquito en salir. Pero algo estaba mal. Rotunda y terriblemente mal. Pues desde donde estaba él, no podía suponer que un susurro fuera posible. Había más de un metro de distancia desde la camilla hasta la puerta. Y además de eso, algo espantoso había en los ojos de ese hombre. De ese ser. Era como si su piel, en algún punto, estuviera llena de pequeñas púas que, al mínimo contacto con algún material, algún cuerpo ajeno, lo agarraría dejándole dolorosas y pequeñas marcas.

Lucía no hizo otra cosa que pasar la manga de su camisa por los ojos, en un afán de demostrar que lo que veía no era nada más que una ilusión, y así parecía. Al liberar la vista, su jefe estaba en perfectas condiciones. Una leve sensación de sosiego le comenzaba a llenar el corazón, pero no fue suficiente, pues un olor; que digo olor, un hedor fulminó sus fosas nasales. Lo conocía bien. Perfectamente bien. Era aquel olor, que había llegado después del humo en su ensoñación. Y ahí, en ese instante en que un pavor recorrió desde los dedos de los pies hasta a la punta de la cabeza, se fijó en unas extrañas gotas que manchaban el piso. Unas formas circulares y viscosas, dejaban un delgado camino hacia la salida de la habitación. Y entonces, juraría, antes de que Carlos saliera del todo, que un pequeño tentáculo le brotaba de la manga de su blazer.



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Gracias a estos dos aportes en Instagram que tomé como referencia para el cuento, junto a el libro La niebla de Stephen King.






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