Cuando de los labios de la profesora brotó ese “No te preocupes. Solo no le hagas caso”, su frágil alma se desboronó por completo. A ese pequeño niño le hubiera regalado con gusto su lápiz y sus borradores, incluso sus colores y marcadores. Todo cuanto quisiera se lo habría dado a cambio de que no le robara ese beso. Tenía miedo. Incluso terror. Porque de la misma manera había comenzado el nuevo novio de su mamá, y él no se había detenido allí.
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