Toda educación tiene detrás de si
un plan u objetivo. Si hay algo que parece uniforme, sin importar el país o la
nación, es que esta se imparte sobre la base de una enseñanza (la manera en que
se transmite la información. Las estrategias), la formación (cómo inicia el
educando y cómo, según el currículo, debe este finalizar) y la evaluación
(comprobar que la enseñanza y la formación fueron efectivos). Estos tres ejes
están presentes en las diferentes formas de educación, teniendo como base el
ideal de ciudadano que se desea.
Así, por ejemplo, si hablamos desde
la época medieval, podemos poner de relevancia las llamadas artes liberales. Estas
se centraban en dos categorías; el Trivium, que comprendía la gramática,
dialéctica y retórica; y el Quadrivium, constituido por aritmética,
geometría, astronomía y música. (Claro está, estas no eran las únicas artes). Esta
educación era para los llamados hombres libres, aquellos que pertenecían a la nobleza.
También existían los llamados oficios viles y mecánicos, que se atribuían y
fomentaban a siervos y esclavos.
Otro ejemplo, saltándonos
bastantes siglos, sería las llamadas Juventudes Hitlerianas. En esta, los niños,
normalmente a partir de los diez años, comenzaban una educación alejada de las
letras, por demás de la censura de aquellos elementos que se consideraban en
contra de la ideología del Tercer Reich, y se concentraba en habilidades
físicas y mentales para el combate. Acá se buscaba formar ciudadanos entregados
por completo al objetivo militar: totalmente obedientes y homogéneos.
Ahora bien, podría afirmarse
intuitivamente que un estado que se denomina democrático, y donde la filosofía
está incluida dentro de un currículo o plan de estudios, la columna vertebral de
la educación es el pensamiento crítico. Nada más alejado de la realidad. De
hecho, la filosofía, y por ende el pensamiento crítico, parece verse reducida
en la escuela, ante áreas de conocimiento que se consideran más importantes, y
en los desarrollos profesionales, se afecta gravemente al quedar dentro de los
márgenes de la academia. Es decir, se limita en la escuela y se encierra en la
universidad.
Esto hace que el discurso del ideal
democrático, desde la misma educación y profesionalización, se vea limitado,
haciendo que los ciudadanos carezcan de la conciencia necesaria de entender su
realidad y la sometan a examen. Ni hablar de llevar a cabo acciones a favor de cambios
beneficiosos.
Si algo he aprendido a lo largo
de mi vida, como podría ser en la de cualquier adulto, es que el papel lo
soporta todo. Desde contratos a compromisos, pasando por actas y diplomas, se
vuelve un cúmulo de evidencia de cómo debería ser una sociedad, pero que no se
refleja en el actuar. Así, la filosofía en la escuela, que normalmente se
imparte en la educación media, grados décimo y undécimo, puede generar uno que
otro despertar en la mentalidad de jóvenes curiosos e inconformes. Abrir esos espacios
donde se dialoga y se problematiza aquello que se percibe sospechoso, o por lo
menos que puede someterse a duda. Pero parece, casi siempre, que su campo de
acción final se reduce a la hoja de papel, la exposición, o la evaluación para
una nota definitiva. Una valoración para pasar la materia.
Y ahora, en esta realidad donde
gobierna la comunicación digital, no es difícil encontrar espacios en las redes
sociales donde se educa filosóficamente. Se promociona el acceso gratuito a
clases inaugurales de la carrera de filosofía en universidades, así como talleres
de formación. Sin embargo, muchas de estas actividades hacen parte de un
sistema que excluye a todo no iniciado a causa de la complejidad en líneas de
pensamiento y discurso. ¿Acaso una persona del común tendrá el capital cultural
suficiente para interesarse por el paso de la fenomenología huserliana a la
hermenéutica de Gadamer? O acaso, ¿podrá entender, colocando toda la tención
posible, la actualidad del cosmopolitismo kantiano? Difícil, ¿verdad? Esto da
como resultado que el discurso filosófico que debería ser liberador, termine
recluido en las paredes de los especialistas. Pero, ¿es esto culpa del bajo
interés de las personas? O, tal vez, ¿tenemos un problema generalizado en
cuanto a educación?
Creo que una posible respuesta
comienza a vislumbrarse cuando nos preguntamos: ¿cuáles son los verdaderos
objetivos educativos de nuestra sociedad? ¿En verdad se quiere buscar
ciudadanos autónomos y críticos o, realmente, se está apuntando a una nueva
generación de obreros y expertos funcionales faltos de individualidad? Parece
que la respuesta no es solamente obvia, sino triste.
Sin lugar a dudas la actividad de
la filosofía en la escuela se refleja claramente en la vida laboral, académica
y social, donde la crítica y la autonomía son válidas solo dentro de lo
aceptable y sin tocar en lo más mínimo los intereses de quien es la cabeza, o
cabezas, de mando. Sin poner en riesgo lo que se considera la marcha correcta y
normal de las cosas, pues, de lo contrario, el contrato laboral podría finiquitarse.
Afirmo entonces, que
inicialmente, la filosofía debería ser impartida de manera transversal y con
igual importancia a otras áreas. ¿Qué pensaría si le dijera que existe la
matemática, el español, la física y química crítica? ¿Raro verdad? Además,
¿Cuándo fue la última vez que a sus hijos le pidieron en el colegio una
reflexión serena y sobria sobre el concepto de la democracia, sobre la verdad
en la matemática, la relación de las palabras y las cosas, etc.? O, mejor aún,
¿cuándo fue la última reunión de integrantes de la empresa en la cual trabaja,
sin importar su cargo, en la cual realmente se podía opinar de forma libre, sin
el riesgo a ser señalado si se hace una valoración negativa?
Algo está fallando en diferentes
niveles. La filosofía no solo está sometida a considerarse como algo que no
sirve para nada práctico, al menos no para los objetivos económicos que tiene
nuestra cultura occidental; a esto se suma, que la enseñanza de esta en la
escuela es reducida a un área y horario determinado, sin relación a otras
(igual pasa con español, matemáticas, ciencias, etc.). Y para terminar el
cuadro, en el mundo laboral y social, se ve de manera negativa a aquellos que
hacen crítica, pues se considera que no aportan nada real.
Parece que la constante de mantener
a la filosofía dentro de unos márgenes limitados y controlables, continuará haciendo
que los pensadores, y aquellos que se arriesgan en alguna medida a ir más allá
de lo políticamente correcto, se identifiquen fácilmente con el legado de una famosa
tesis, de un autor alemán, escrita hace más de 170 años (nombre que me reservo,
pues es altamente criticado, por criticones y no críticos, que si quiera habrán
tocado una sola de sus obras): “Los filósofos no han hecho más que interpretar
de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.
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