jueves, 15 de abril de 2021

¿Por qué falla la filosofía en la escuela y en el mundo social?

Toda educación tiene detrás de si un plan u objetivo. Si hay algo que parece uniforme, sin importar el país o la nación, es que esta se imparte sobre la base de una enseñanza (la manera en que se transmite la información. Las estrategias), la formación (cómo inicia el educando y cómo, según el currículo, debe este finalizar) y la evaluación (comprobar que la enseñanza y la formación fueron efectivos). Estos tres ejes están presentes en las diferentes formas de educación, teniendo como base el ideal de ciudadano que se desea.

Así, por ejemplo, si hablamos desde la época medieval, podemos poner de relevancia las llamadas artes liberales. Estas se centraban en dos categorías; el Trivium, que comprendía la gramática, dialéctica y retórica; y el Quadrivium, constituido por aritmética, geometría, astronomía y música. (Claro está, estas no eran las únicas artes). Esta educación era para los llamados hombres libres, aquellos que pertenecían a la nobleza. También existían los llamados oficios viles y mecánicos, que se atribuían y fomentaban a siervos y esclavos.

Otro ejemplo, saltándonos bastantes siglos, sería las llamadas Juventudes Hitlerianas. En esta, los niños, normalmente a partir de los diez años, comenzaban una educación alejada de las letras, por demás de la censura de aquellos elementos que se consideraban en contra de la ideología del Tercer Reich, y se concentraba en habilidades físicas y mentales para el combate. Acá se buscaba formar ciudadanos entregados por completo al objetivo militar: totalmente obedientes y homogéneos.

Ahora bien, podría afirmarse intuitivamente que un estado que se denomina democrático, y donde la filosofía está incluida dentro de un currículo o plan de estudios, la columna vertebral de la educación es el pensamiento crítico. Nada más alejado de la realidad. De hecho, la filosofía, y por ende el pensamiento crítico, parece verse reducida en la escuela, ante áreas de conocimiento que se consideran más importantes, y en los desarrollos profesionales, se afecta gravemente al quedar dentro de los márgenes de la academia. Es decir, se limita en la escuela y se encierra en la universidad.

Esto hace que el discurso del ideal democrático, desde la misma educación y profesionalización, se vea limitado, haciendo que los ciudadanos carezcan de la conciencia necesaria de entender su realidad y la sometan a examen. Ni hablar de llevar a cabo acciones a favor de cambios beneficiosos.

Si algo he aprendido a lo largo de mi vida, como podría ser en la de cualquier adulto, es que el papel lo soporta todo. Desde contratos a compromisos, pasando por actas y diplomas, se vuelve un cúmulo de evidencia de cómo debería ser una sociedad, pero que no se refleja en el actuar. Así, la filosofía en la escuela, que normalmente se imparte en la educación media, grados décimo y undécimo, puede generar uno que otro despertar en la mentalidad de jóvenes curiosos e inconformes. Abrir esos espacios donde se dialoga y se problematiza aquello que se percibe sospechoso, o por lo menos que puede someterse a duda. Pero parece, casi siempre, que su campo de acción final se reduce a la hoja de papel, la exposición, o la evaluación para una nota definitiva. Una valoración para pasar la materia.

Y ahora, en esta realidad donde gobierna la comunicación digital, no es difícil encontrar espacios en las redes sociales donde se educa filosóficamente. Se promociona el acceso gratuito a clases inaugurales de la carrera de filosofía en universidades, así como talleres de formación. Sin embargo, muchas de estas actividades hacen parte de un sistema que excluye a todo no iniciado a causa de la complejidad en líneas de pensamiento y discurso. ¿Acaso una persona del común tendrá el capital cultural suficiente para interesarse por el paso de la fenomenología huserliana a la hermenéutica de Gadamer? O acaso, ¿podrá entender, colocando toda la tención posible, la actualidad del cosmopolitismo kantiano? Difícil, ¿verdad? Esto da como resultado que el discurso filosófico que debería ser liberador, termine recluido en las paredes de los especialistas. Pero, ¿es esto culpa del bajo interés de las personas? O, tal vez, ¿tenemos un problema generalizado en cuanto a educación?

Creo que una posible respuesta comienza a vislumbrarse cuando nos preguntamos: ¿cuáles son los verdaderos objetivos educativos de nuestra sociedad? ¿En verdad se quiere buscar ciudadanos autónomos y críticos o, realmente, se está apuntando a una nueva generación de obreros y expertos funcionales faltos de individualidad? Parece que la respuesta no es solamente obvia, sino triste.

Sin lugar a dudas la actividad de la filosofía en la escuela se refleja claramente en la vida laboral, académica y social, donde la crítica y la autonomía son válidas solo dentro de lo aceptable y sin tocar en lo más mínimo los intereses de quien es la cabeza, o cabezas, de mando. Sin poner en riesgo lo que se considera la marcha correcta y normal de las cosas, pues, de lo contrario, el contrato laboral podría finiquitarse.

Afirmo entonces, que inicialmente, la filosofía debería ser impartida de manera transversal y con igual importancia a otras áreas. ¿Qué pensaría si le dijera que existe la matemática, el español, la física y química crítica? ¿Raro verdad? Además, ¿Cuándo fue la última vez que a sus hijos le pidieron en el colegio una reflexión serena y sobria sobre el concepto de la democracia, sobre la verdad en la matemática, la relación de las palabras y las cosas, etc.? O, mejor aún, ¿cuándo fue la última reunión de integrantes de la empresa en la cual trabaja, sin importar su cargo, en la cual realmente se podía opinar de forma libre, sin el riesgo a ser señalado si se hace una valoración negativa?

Algo está fallando en diferentes niveles. La filosofía no solo está sometida a considerarse como algo que no sirve para nada práctico, al menos no para los objetivos económicos que tiene nuestra cultura occidental; a esto se suma, que la enseñanza de esta en la escuela es reducida a un área y horario determinado, sin relación a otras (igual pasa con español, matemáticas, ciencias, etc.). Y para terminar el cuadro, en el mundo laboral y social, se ve de manera negativa a aquellos que hacen crítica, pues se considera que no aportan nada real.

Parece que la constante de mantener a la filosofía dentro de unos márgenes limitados y controlables, continuará haciendo que los pensadores, y aquellos que se arriesgan en alguna medida a ir más allá de lo políticamente correcto, se identifiquen fácilmente con el legado de una famosa tesis, de un autor alemán, escrita hace más de 170 años (nombre que me reservo, pues es altamente criticado, por criticones y no críticos, que si quiera habrán tocado una sola de sus obras): “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario