Ella le había enseñado que el Ratón Pérez no existía, tampoco Papá Noel o el Señor de la basura. Mucho menos los fantasmas, los duendes, las hadas o los dragones. Tampoco el Mohán, La Madremonte, La Pata sola, o cualquier otro tipo de fantasma o espectro. Ya, en su lecho de muerte, él solo pudo decirle a su madre que su Dios tampoco existía.
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