domingo, 27 de marzo de 2022

¿Por qué lo hizo?

Las llamas consumieron todo a su paso. Al final de cuentas, la mayoría de las cosas que había en el colegio eran fácilmente inflamables. Los puestos de madera, los materiales para las manualidades, la papelería del centro de fotocopias, las colchonetas y los balones para gimnasia, las batas de los profesores, los muebles de la dirección. En fin. Por donde se le viera, solo se necesitaba una pequeña chispa; un pequeño motivo, para que la vejez y decadencia de ese colegio distrital ardiera.

Cuando salió en las noticias, fue un referente para la situación que estaban viviendo, y podrían vivir, otras instituciones en Bogotá, pues desde hace semanas fluían cual virus las revelaciones, tanto de estudiantes como de ex estudiantes, acerca de todo tipo de abusos por parte de profesores. Estos últimos cobijados normalmente por los directivos.

El sensacionalismo enmascarado de interés no se hacía esperar con cada nueva historia. Por un lado, las victimas daban su testimonio y se hacía seguimiento de su proceso legal; por el otro, las voces de los acusados no eran silenciadas, si bien eran la comidilla de las redes sociales. Al mismo tiempo, afloraban sentimientos encontrados entre los estudiantes, padres de familia, docentes y directivos, y todo aquel que sintiera derecho a opinar. Mientras algunos declaraban que no era la manera más justa para hacer eco de algún problema, con frases del tipo “no quiero ver mi casa arder”, o “no era la forma”, algunos sentían un alivio, momentáneo, por no volver a ver aquellos problemáticos que solo iban por la comida del día e irrespetaban sus clases, en concordancia de otras mentes que iban perdiendo el año desde el primer bimestre, y no habían adelantado tareas y mucho menos estudiado para evaluaciones. Ni hablar de los incontables padres de familia que no sabían a quien encargar sus hijos mientras trabajaban, pues nunca habían considerado, más allá del colegio, en ocupar la mente de su descendencia en algo constructivo. No haciéndolo ellos en su tiempo libre, menos lo tendrían en cuenta para los niños hiperactivos o los adolescentes hormonales.

Por supuesto, en general lo políticamente correcto reinaba, y el desprecio por aquella acción tan ruin y baja era el común denominador al final de las conversaciones. Pues afirmar que en alguna medida el colegio lo merecía, era toda una desconsideración con aquel sagrado lugar, donde, con seguridad, todos los esfuerzos, de más de seis horas al día, estaban enfocado a la formación. El correcto comportamiento, y los buenos modales. Y así lo intentaban. Al menos uno que otro estudiante o profesor.

Y sobre el negro que la ceniza y los líquidos consumidos plasmaron en las paredes tristemente en pie, y los restos de objetos, en mayor parte irreconocibles; entre la multitud de curiosos y afectados, que sacrificaban sus fosas nasales a la inmisericorde mezcla de humo y descomposición material, solo para estar al día de cualquier información relevante llamada chime, unos ojos vacíos se lamentaban más que nadie en el mundo ante aquella escena de destrucción. Su corazón se contraía con tristeza, y las lágrimas solo se contenían a causa de la misma frustración, pues, allí, sobre una tarima improvisada, dando declaraciones a la policía, con una contundente y fingida mueca de dolor y sorpresa, estaba el profesor; el violador, el padre que nunca la reconoció, y sobrevivió a su ardiente venganza, pues no estaba en su oficina cuando ella inició el fuego como le habían dicho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario