Todo se confabuló. Don Marcos, paquete en mano, se dirigió a su casa un poco más temprano de lo normal. Había cerrado la zapatería con anticipación para darse una media hora extra y preparar la sorpresa de cumpleaños para su hija.
El alimentador 2.5 llegó casi al mismo tiempo que él al paradero, y extrañamente había asientos disponibles. La ruta la hizo sin percances ni retrasos. Incluso, podría asegurar que el día, como ningún otro, era el de la suerte. Llegó a pensar en jugarse un Baloto, ¿por qué no? A fin de cuentas, había un pequeño local de lotería a medio paso del paradero de destino.
Con el corazón dolido, pero a la voluntad del amor puro, dispuso de su mejor semblante y buscando la llave para entrar, sostuvo con mayor firmeza el regalo que había hecho con sus propias manos, pues al acercarse a la casucha, allá en la esquina desde la cual se alcanzaba a ver la entrada de su humilde portal, asistió a cómo su hija, maleta al piso, se quitaba unos bellos zapatos que nunca había visto, para después guardarlos y colocarse los viejos y remendados que hace tanto él le había regalado.
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