El chico quedó tendido en el pastizal. Las latas de pintura, la gorra, incluso las gafas quedaron tiradas a su alrededor, después de la paliza. El hombre, al terminar, se alejaba orgulloso por la justicia impartida, pero frustrado por el trabajo que tendría que hacer cuando llegara a casa. Le dirigió una última mirada, y su voz atravesó la inmisericorde y fría noche bogotana:
- Ahí tiene grafiterito de mierda. La próxima vez raye la casa de su madre y no la de una persona de bien.
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