martes, 22 de marzo de 2022

Desencantado

La intensidad colmó cada ápice de mi cuerpo y fui feliz. Se alejaba la oscuridad de la habitación con la humedad de sus rincones, la decrepitud de los muros, junto a la ruina de las tejas ahuecadas. Partían hacia la lejanía el olor pardo de las viejas y roídas cobijas, de la madera podrida de la cama y la mesita de noche, del cartón de las cajas en que estaba la ropa, y ni qué decir del inodoro y lavamanos tapados. Pero lo mejor era el eclipse de la soledad acompañada de los recuerdos de mi madre moribunda, y del puño inmisericorde de mi padre. Lo último que alcancé a percibir antes de entrar en la plenitud de la nada, fue el leve golpe del plástico contra el piso de tierra, que en mi último recuerdo hacía un bello conjunto con la aguja ya torcida, y un leve rumor de sangre que largaba por mi brazo.

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