miércoles, 24 de agosto de 2022

El insecto

Era una tarde tranquila de un hermoso agosto. Recuerdo el intempestivo temperamento de los vientos que invita a la elevación de comentas. Sin embargo, por mi parte, lo único que quería elevar era mi alma con la visión de la forma en que los demás discurren en su medio. Así que, dejándome llevar, terminé en un parque cerca de mi casa. Bastante cerca.

Un trio de señoras ocupaban un asiento y comentaban enérgicamente sobre la vida de aquellos que no están presentes en el momento. Niños largaban en la pista de patinaje al ritmo del sonido de las indicaciones de los instructores. Un par de jóvenes se retaban a quién lograba más flexiones y fondos. Otros tantos llenaban el campo de futbol o voleibol en una competición amistosa que se tornaba violenta en ciertos momentos. Todo esto envuelto en un mundo de sonidos y olores que inundaban cada lugar lográndose mezclar en ciertos puntos de intersección.

Muchas eran las variaciones que mis ojos, oídos y olfato percibían. Sin embargo, la satisfacción de tan placido momento, calmo entre la actividad, se vio opacada. ¿Qué estaba buscando exactamente? ¿Qué cosa asechaba mi instinto en ese mar de diversidad?

Decidí, como si se tratara de un jovenzuelo demostrando su valor físico, colgarme de unas barras paralelas como lo hacía antaño. Sorpresa mía fue cuando, al estirar los brazos en un intento de asegurarme de evitar una posible lesión por el esfuerzo, y llevando mi cabeza en dirección paralela al suelo, mis ojos se clavaron en los espacios entre los adoquines del suelo; allí, donde la vida se escabulle hacia la luz, entre leves campos lineales de frío cemento y suciedad del calzado, vislumbré un pequeño insecto.

No era particularmente hermoso. No. De hecho, podría pasar por una mosca delicadamente contorneada por una extraña bienaventuranza, o simplemente una avispa de tonos oscuros. Sus movimientos erráticos y espasmódicos sugerían algún problema; algo que le impedía extender las alas y salir de esa sucia tierra que entorpecía su ya de por sí caótico caminar.

Mi mano, de forma automática, fue directo al bolsillo del pantalón y extrajo el celular. Lo desbloqueó y abrió la cámara. Había algo extraño, algo valioso, algo sensual, en el esfuerzo de captar esa criatura para mi propio deleite. No sabía a ciencia cierta si mi dispositivo alcanzaría una imagen a plenitud de aquel diminuto ser, pero si solo una pizca de su existencia era atrapada, estaba seguro que gozaría al ver la foto cada vez que mi corazón lo demandara.

No fue tan fácil el proceso, pues no sería de extrañar que alguien mirara con desconcierto lo que estaba haciendo. “¿Qué hay de interesante en tomar una foto al suelo?” “¿Acaso ese pobre hombre no puede comportarse como una persona normal y fotografiarse a sí mismo o hacer un TikTok?”. Imaginé que tales comentarios y pensamientos repudiables volaban en mi dirección. Sospecha que rápidamente confirmé, pues por el rabillo del ojo vi a las tres mujeres dirigirme dos gestos de extrañeza y uno de desconfianza. ¡Pobres! No saben el tesoro que mi alma había encontrado en aquel recóndito lugar. No sabían cuánto ignoraban por acostumbrarse a su forma superflua de ver.

Hice zoom lo más rápidamente posible al insecto, esperando que, por un milagro natural, este no escapara a la cpatura. Sin embargo, todo cambió de pronto cuando un extraño escalofrío recorrió mi espalda. Me temblaron las piernas. Un sudor frío brotó de mi frente. Era como si algo muy grande, inmenso, inimaginable y hasta incomprensible me observara. Queriendo arrebatar algo de mí. Como si mi alma quisiera ser arrancada, o al menos una parte de ella.

Olvidé mi cometido y giré mi rostro hacia el cielo, y un vértigo indescriptible amenazaba con ahogarme. Los árboles que hace unos pocos segundos rodeaban mi espacio habían desaparecido, y el cielo, si bien antes estaba algo nublado, se veía opacado por algo gigantesco. No veía con claridad sus límites, pero podía sentir que la luz del sol se colaba por varias zonas. Lo peor, porque había algo peor, era aquellos cuatro círculos que ganaban profundidad, llevándome a un vacío más negro, más profundo.

Estaba aterrado. Mis pies estaban no solo fríos; se petrificaron. El cuello, por más que mi cabeza parecía llegar a un ángulo imposible respecto de mi cuerpo, parecía soportar el embate del shock, pues no se resentía. De hecho, me di cuenta que no escuchaba nada. No olía nada. Era como si el mundo entero, esas personas que hace poco disfrutaban del parque hubieran desaparecido totalmente.

Algo atravesó profundamente mi ser cuando aquellos ojos apuntaron hacia mí, en un movimiento extraño y lento. ¿Dónde había yo visto aquello? Me era familiar. Como una herramienta reconocible por mi cuerpo. Y fue en un instante que, sintiendo el frío de mis dedos, como si un viejo y oxidado engranaje comenzará de nuevo a moverse, entendí, ante cualquier contrasentido posible, que aquellos enormes círculos profundos eran los lentes de una cámara. Con mayor precisión, de la cámara de mi celular.

Estaban contoneados con aquella carcaza protectora que me había comprado hace poco, y por el movimiento paquidérmico, seguramente procedía a hacer zoom sobre mí. ¡A mí! ¿En la cabeza de qué ser humano cabría tal locura, donde se está tomando una foto a sí mismo desde la altura, como si de un gigante se tratara? No. Simplemente era imposible. Y, sin embargo, allá estaba. Arriba. Muy arriba, apuntándome.

Una duda me asaltó. ¿Acaso si yo volvía la cabeza en dirección a mi mano, vería cómo mi celular apuntaba a un pequeño yo? ¿Y acaso mi visión fuera tan buena, que pudiera ver como ese pequeño yo apuntaba su celular a otro yo? Si eso resultaba ser cierto, ¿cómo había llegado yo a tal ciclo infinito? Pero aun, ¿cuál de esos yo era el real? Porque no podría asegurar que yo fuera el primero en esa extraña cadena de plasmar un pequeño ser en una fotografía.

Fue por ello, y por otras tantas inquietudes que se colaban por mi cabeza de manera salvaje y cruel, que cerré los ojos al mundo. Solté el celular sin importar nada, pues en tales circunstancias, ¿cómo dimensionar qué era crucial y qué no? Estiré mis brazos en un esfuerzo por tocar el firmamento y escapé volando.

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