viernes, 27 de mayo de 2022

Solución calculada

La pequeña se sentía en un mundo del revés. Claro, porque dentro de la lógica que había construido su familia, lo importante era leer, aprender, convivir. Principios estos que los pequeños compañeritos en su nuevo colegio, pues había entrado a la secundaria, tomaban por retrógrados. Se burlaban de la disciplina que trataba de ejercer al colocar cuidado en las clases, así no le agradaran del todo; de la memoria que se empecinaba en ejercitar, pues esos recuerdos que trataba de retener no estaban a la moda; de los libros en los cuales se concentraba en leer, ya que para eso existían no solo resúmenes, videos u otras alternativas, sino trabajos que les permitieran dedicar tiempo a cosas más importante de sus propios y convencionales padres, como los chismes, morbosidad, burlas y hasta la violencia simbólica.

Tal vez, y solo digo tal vez, porque seguramente estos pequeños seres que crispaban los nervios de los profesores a diario, tuvieran un mínimo de conciencia, o sus padres lucidez de la situación que podían provocar, se habrían dado cuenta del recelo que creció en la pequeña hacia ellos y hacía sí misma, pero fue demasiado tarde. Ese quince de octubre que, con la resolución de la infancia que no alcanza a dimensionar las consecuencias de sus actos y una mente que resplandece de soltura por el dolor, compró un gran paquete de veneno para ratas, una bolsita de Frutiño y los mezcló en una gran botella de agua, para terminar brindando el contenido en vasos plásticos a los compañeritos de grupo al final de la clase de educación física. No perdonó siquiera a la profesora que, cayendo en último lugar, pues su cuerpo adulto era más resistente, la miraba incrédula mientras se retorcía tormentosamente con baba blanca brotando por la boca.

- Usted podía ayudarme y no hizo nada.

Fueron las últimas palabras que escuchó la mujer, mientras la pequeña largaba lágrimas acompañada de una sutil y apesadumbrada sonrisa.

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