Papá:
Hoy como todos los días, me
levanté temprano, me bañé y me arreglé. Me subí a la ruta del colegio y fui a
estudiar. Cómo siempre, me esforcé lo que más pude, pero, ¿sabes algo? Cómo siempre
reprobé. Hoy en día no sé como llegué a grado Undécimo. No sé como hice para
aprobar matemáticas, español o inglés. Siento, como cada día, desde hace muchos
años, que no sirvo para nada.
¿Sabes qué es lo peor? Que todo
lo que he hecho hasta el día de hoy, eso de romperme la cabeza estudiando cosas
que odio, lo he hecho por ti. Entiéndeme: todo. Desde asistir a esas clases particulares
tres veces por semana, cuando después del colegio siento la cabeza explotar y
mis ojos adormilados. ¿Y qué me dices de los fines de semana? Donde tú,
estirado en la cama por la semana de trabajo, abrazando a mamá, siempre
preguntas: ¿terminaste tus tareas? ¿Hay que comprarte algo para el colegio?
Espero que no me llegue otra citación esta semana… Ni que decir de mamá, con su
compulsiva frase: “Mire Paula, lo único que usted tiene que hacer es estudiar”.
¿Lo único? ¿Enserio?
En las mañanas yo soy la que hace
su propio desayuno. Aunque me desvele, o duerma mal por los malditos cólicos,
si me levanto un poco tarde, termino sin desayunar. Y cada tercer día tengo que
preparar la comida para la cena y el almuerzo el siguiente, porque mamá te
convenció de que estoy suficientemente grande para ser responsable de todas mis
cosas. Sin nombrar esa retahíla de “en nuestro tiempo nos tocó más difícil,
porque trabajábamos desde los cinco o siete años”, pero era otra época y otro
momento, y yo necesito ayuda, de alguna forma. Pero no, lo peor no es hacerlo
por ti. No, lo peor es que te sigo queriendo a pesar de todo papá. Solo deseo
que voltees a mirarme, que me abraces profundamente y te des cuenta de lo que
hago por ti.
A veces entiendo porque mamá te perdonó
las dos infidelidades, si no es que existen más. Ya que a pesar de tu actitud
fría y a veces desinteresada, yo también te sigo perdonando.
Soy tan parecida a ella, que me
asusta. De mamá aprendí a preparar el guisó con la cantidad exacta de sal para
tu pasta favorita. También la manera como disfrutas de encontrar tus camisas
perfectamente planchadas y organizadas por colores. Incluso, el orden que debe
tener tu escritorio para los días que debes llegar directo de la oficina a
trabajar. Pero hay otras cosas, papá, que yo sé que te gustan, y que mamá no.
Se que te prefieres las chicas
menores que tú. Mucho menores. Que amas los jóvenes y tersos cuerpos en falda
colegial. ¿Crees que no me doy cuenta como miras a Mariana cada vez que va a casa?
Pero no necesito saber esto por tus miradas, porque tengo la clave de tus
correos, además de tus redes sociales. Sé que has sido rechazado una y otra vez
por mujeres de la oficina, y te han amenazado por acoso laboral. También que le
pagaste a una puta para que se vistiera solamente con una corbata y una minifalda,
para tener sexo, pero que al final no te convenció, porque no sentiste real su
actuación de jovenzuela desesperada por ti.
¿Sabes algo papá? Me alegro que
eso último no te funcionara, pero así lo hubieras disfrutado, te perdono. Te
perdonaré una y mil veces, porque lo que yo siento por ti, es más grande de lo
que pueda sentir cualquier otra hija del mundo, incluso más grande lo que pueda
sentir mamá, y nunca le diré a nadie nada que pudiera perjudicarte.
De hecho, papá, ahora sé tanto de
ti, que soy consciente de que esta carta la dejé perfectamente ubicada en la
mesa del comedor, junto a un pocillo con tinto. Ya sabes, tibio, mentolado,
saborizado con una cucharadita raza de panela. Como más te gusta.
También que lo tomarías y
comenzarías a leer lo primero que estuviera al lado, en este caso, mi carta,
sentado en el sofá. Siempre lo has hecho, desde que tengo memoria, incluso
antes de saludar a mamá, a mí, o irte a tu escritorio. La única diferencia, es
que ese tinto tiene un sedante, delicado en sabor y efecto, y antes de que te
duermas, mientras luchas por no cerrar los ojos, deberías estar escuchando mis
pasos acercarte a ti, lenta y cándidamente.
Cuando despiertes, papá, te darás
cuenta que soy mejor que mamá, porque yo no solo te paso por alto tus faltas,
sino que las usaré para que entiendas cuanto te amo y cuanto debes tu amarme a
mí porque yo me puse hoy, solo para ti, una corbata y mi falda de colegio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario