viernes, 26 de mayo de 2023

Dulce fechoría

La muñeca le dolía. De continuar, pensaba, sus dedos se verían llenos de callos y la articulación no soportaría; afortunadamente había terminado. La última firma en el último papel del montón estaba lista. Después, como de costumbre, realizó una revisión comparativa, una por una, entre los garabatos que estaban en las diferentes listas de asistencia con las que había hecho.

Se sintió satisfecha. Logró, como cada semana, maestría en su cometido. Se enorgullecía un poquitín con cada detalle que divisaba. ¿Alguien lo notaría? O sea, ¿Alguien se percataría alguna vez del fraude? Seguramente no, pero perfeccionar la calidad era indispensable en caso de una futura revisión. Estaba segura que pasaría sin problemas cualquier tipo de verificación, de darse alguna. Era una falsificadora muy buena.

- Profe – se escuchó una voz desde la entrada del salón de clase –, me mandan por las autorizaciones de los almuerzos.

- Ya están organizadas – se las entregó al joven.

Había cierta picardía en saber que, a pesar de quedar dolorida cada primer día de semana, aquellas pequeñas ilegalidades garantizaban que muchos niños, ignorados por sus padres, recibirían sí o sí el almuerzo en el colegio.


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